Corrupción y mediocracia en la universidad
(*)
La
crisis de la universidad peruana perdura hace décadas. Su interpretación puede
ser sostenida a la luz de la simbiosis de la teoría de los tres Ejes de la
universidad: la investigación científica, la formación profesional y la gestión.
La investigación científica
-actividad esencial, distintiva, inmanente de la universidad-, es
inexistente por cuanto no se produce ciencia, tecnología e innovación en los
niveles y calidades que los tiempos actuales demandan. La formación profesional
carece de calidad que imposibilita
formar profesionales de nuevo tipo con adecuados niveles de competitividad y de
empleabilidad por ser una universidad eminentemente profesionalizante inserta
aún a la arcaica metodología de la “enseñanza-aprendizaje”. Por su
parte, la gestión de la universidad es obsoleta, sobredimensionada y
burocrática con evidentes indicios de corrupción y de mediocracia que
imposibilita instaurar la calidad en la díada investigación
científica-formación profesional.
La corrupción es
un fenómeno social pernicioso, repugnante y abominable que va más allá de su
carácter puramente pecuniario. Es decir, la corrupción no sólo significa
sobornar, cohechar o coimear con dinero contante y sonante para “romper la
mano” y lograr indebidamente beneficios particulares. En el caso particular de
la universidad, la corrupción -además de
la connotación monetaria- se manifiesta en: hacerse y asirse de los cargos
irregularmente quebrantando los valores éticos así como las normas legales; abusos
de autoridad y persecución; asumir cargos sin tener las capacidades para
ejercerlos; el encubrimiento de actos de corrupción; otorgarse subvenciones
económicas escamoteando dinero público; fraudes de grados y títulos (falsos magísteres
y doctores); mantener con dinero del Estado a operadores, aduletes y escribas
de quienes están en el poder; el plagio, falsificación y tráfico de documentos
y de Notas; el facilismo y mediocridad en lo académico y en las investigaciones;
ingresar a la docencia, ratificarse y promoverse de manera fraudulenta; docentes a tiempo completo o a dedicación
exclusiva de manera dolosa o que se
mantienen en la mediocridad y sin investigar; compra de votos, voluntades y
conciencias; etcétera.
Por su parte, la mediocracia
–en términos de Ingenieros- es el poder
de la mediocridad. El cuadro administrativo de la universidad (rector, vice-rectores, decanos,
directores, jefes, etc.) está constituido -por regla general y con
algunas excepciones- de gente no necesariamente destacada por méritos,
capacidades intelectuales ni talentos para la gestión de la universidad sino
porque “saben” armar componendas, ejercer politiquerías, infligir castigos a
sus opositores, tejer granjerías, cubilitear, propinar perfidias, trenzar embustes
y diatribas, otorgarse estipendios malhadados, hacer cálculos políticos y lobbies. Es decir,
gente inepta, docentes de pacotilla que están en los cargos porque el
sistema lo permite así, sin dar cabida a la meritocracia.
Así, es fácil
encontrarse en la gestión de la universidad con gente crápula e inescrupulosa:
ayatolas, capitostes, falsos doctores, estafadores, acomodaticios, déspotas,
aduletes, mediocres, genuflexos, timoratos, vocingleros, pérfidos, patanes. Y,
vaya, verlos pedantes y erguidos “trabajando” para asirse a los cargos por
años, por décadas “ganando” más que un congresista, ministro o presidente de la
República, mientras que un profesor investigador en el llano recibe irrisorias
cantidades. Están convencidos –parafraseando a Bustamante- que la universidad
es un regalo de los dioses. He ahí la razón del porqué la casta de “autoridades” y funcionarios de la universidad no dejan
fácilmente la “mamadera” y luchan por la “autonomía”. ¿Y qué es, para ellos, la
investigación científica y la calidad académica?, son asuntos sin importancia y
pueden esperar por siempre, porque primero están sus intereses. Es decir, la mediocracia
ha convertido a la universidad, que es por naturaleza un centro de sabios, en
un centro de sabidos, de pendejos.
Ahora bien. La
corrupción y la mediocracia en la gestión de la universidad son siameses, una
no existe sin la otra. La construcción de una nueva universidad, moderna y
competitiva, propia del siglo XXI, exige la extirpación gradual de esta nefasta
díada. Para ello es necesario que la
universidad forme parte de la política nacional de Estado. Nunca más una
universidad burbuja, aislada, “autónoma” y de espalda a su realidad y a la del
país. Necesitamos una universidad que realmente contribuya al desarrollo del
país.
Ciudad
Universitaria de San Marcos, 10 de junio de 2014
Dr. Nemesio Espinoza Herrera
(*) El
Dr. Íziga me ha pedido escribir sobre mi opinión respecto al tema de la
corrupción en la universidad. He aquí el texto que someto a su evaluación.